miércoles, 18 de septiembre de 2013

PORQUÉ Y PARA QUÉ LEER CUENTOS A LOS NIÑOS

Introducción
¿Por qué contar o leer cuentos a los niños? Se nos ocurren tantas y tan variadas razones que se nos aturulla el teclado. Por eso nos limitaremos a hablar con el corazón, de la mano de expertos como Ros i Vilanova, Abril, Caivano, Filion o Savater.
Contar cuentos es una tarea apasionante, motivadora y gratificante, no sólo para el oyente sino también para el narrador. Éste posee un poder inmensamente maravilloso e iniciático, ya que a través del cuento todo lo que el niño conoce cobra movimiento y actúa de formas irreales, mágicas e incluso absurdas que llenan su universo mental de matices oníricos, catárticos y evocadores.
Los cuentos están poblados de situaciones y personajes reales o fantásticos que el niño puede evocar mental y verbalmente, pero el poder de la palabra y el gesto del narrador les confieren una magia y un sabor indescriptibles.
El niño, desde bien pequeño, sabe que lo que se le cuenta no es real (¡un lobo hablando con una niña, qué absurdo!), pero lo acepta regocijado porque cuando lee o escucha un relato no está buscando certezas ni confirmaciones científicas de la realidad, sino trasgresiones y puertas para penetrar en el agujero negro (en esta ocasión, recubierto de un esmalte multicolor) de la fantasía, la irrealidad y los imposibles satisfechos.
La utopía hecha cotidianidad, lo paranormal traducido en lo políticamente correcto, lo onírico, lo realista, lo íntimo y lo exterior, la exuberancia y la sencillez, la brutalidad y la ternura, lo pretérito, lo presente y lo por venir, lo modestamente mío y lo gozosamente nuestro… todo explota en un arco iris jacarandoso cuando es tocado por la pluma del escritor o por el exultante y creativo pincel del ilustrador.


Las mil y una virtudes de los cuentos
La narración o lectura de cuentos a los niños reúne un amplísimo repertorio de «indicaciones» que hacen de este brebaje un alimento imprescindible tanto para el cuerpo como para el espíritu. Esbozaremos algunas pinceladas para que los padres se convenzan de la idoneidad de este «complejo vitamínico».

«Eso también me pasa a mí». el niño que vive el acto aparentemente pasivo de escuchar –nos recuerda Roser Ros– confronta constantemente lo que oye y lo que podría haberle ocurrido a él. En esos instantes, se está produciendo un verdadero acto de comunicación durante el cual el chiquillo ha captado tan intensamente el argumento que le está ofreciendo el adulto que le cuenta que necesita hacérselo saber con su contacto físico, pues todavía es demasiado pequeño para expresarlo con palabras.
La narración no interesa tanto por su valor literario como por el mágico encuentro del pequeño con el otro, madre o padre, con el que se fusiona íntimamente para –como dice Fabricio Caivano– «sentirse raptado por la palabra, poseído por la narración y devuelto, sano y salvo, a esta orilla de la vida». Este encuentro se complementa con el descubrimiento de los otros seres que habitan en cada uno de nosotros y que el niño reconoce al identificarse con los diversos personajes de los relatos.
La narración enriquece el oído emocional del niño, su sentido más puro y el menos contaminado por el «ruido» del entorno (la imagen distorsiona la representación que el niño hace de la historia; la musicalidad y la belleza de la palabra oída no requiere intermediarios).
Sobreviviendo a la realidad. Fernando Savater arguye que el relato ayuda al niño a evadirse de la opresión del entorno, de los atroces peligros del crecimiento y la respetabilidad. Los cuentos no dicen que la vida sea idílica, tranquila, armónica, siempre gratificante: dicen que para quien lucha bien, la vida es posible sin dejar de ser humana.
El abrazo amoroso de la literatura. Acurrucado en brazos de sus padres, el niño descubre la maravilla de la palabra escrita y siente el deseo de conocer los códigos de la lectura, esos pequeños dibujos que llamamos letras y palabras. Cuando el adulto le lee –ahora es Rolande Filion quien nos habla– el niño hace predicciones sobre lo que sigue y poco a poco organiza el cuento en su memoria. Si el padre responde a sus preguntas, el niño se volverá activo y se interesará por los libros. Más tarde, apoyándose en las ilustraciones, reproducirá la experiencia de lectura a dúo y revivirá el placer que le produjo.
Satisfacen las necesidades oníricas de los niños. El niño escucha con los cinco sentidos ese cuento que le narra su madre porque se siente fascinado y nota que se sacia una de sus necesidades vitales: la de soñar. Como decía Paul Auster en su magnífico libro La invención de la soledad, «si los seres humanos no pudieran soñar por las noches se volverían locos; del mismo modo, si a un niño no se le permite entrar en el mundo de lo imaginario, nunca llegará a asumir la realidad. La necesidad de relatos de un niño es tan fundamental como su necesidad de comida y se manifiesta del mismo modo que el hambre».
Intercambio excelso de sentimientos. Cuando los padres cuentan un cuento a su hijo estalla una miríada de sentimientos exuberantes: el adulto ofrece al niño el regalo impresionante y conmovedor de la palabra y el pequeño le devuelve su mirada más fascinada y entregada, esa que brota del alma y deletrea cada uno de los matices de la gratitud.
Los regalos de los cuentos. Los cuentos ofrecen al niño multitud de regalos. De la mano de Paco Abril iremos desgranando algunos de ellos.
  • Le brindan el regalo del afecto. Cuando le contamos un cuento a un niño le estamos diciendo, sin palabras: «Te lo cuento porque te considero, te valoro, te tengo en cuenta, es decir, porque te quiero». Las palabras con las que están escritos los cuentos para ser efectivas tienen que ser afectivas.
  • Sacian su hambre de ficción. Cuando los niños tienen apetito de un relato oral están pidiendo que conmuevan su corazón, con el tipo de emoción que sea (inquietud, incertidumbre, tristeza, esperanza, alegría...).
  • Le liberan: de la tensión que les produce a veces su realidad, le alejan de la opresión de lo cotidiano, de las normas, las imposiciones, los avisos, las recomendaciones y las recriminaciones.
  • Le ofrecen modelos para identificarse con ellos: los personajes de los cuentos, sus caracteres y las vicisitudes por las que atraviesan, permiten al niño entender sus propias circunstancias y sentimientos.
  • Contagio de la pasión lectora. Si los libros que narramos o ponemos en manos del niño son estimulantes se sentirá impelido a seguir leyendo, porque la miel que pusimos en sus labios será un estímulo ineludible para aprender a leer y experimentar por sí mismo todas las deliciosas texturas que encierran los libros.
  • Acicates para la búsqueda de conocimiento. Asimismo, el niño deseará acceder a libros de conocimientos que le plantearán interrogantes, en los que buscará respuestas y con los que podrá satisfacer su innata ansia de saber. De ese modo se despertará su curiosidad y se sentirá estimulado a investigar.
  • Alas para la imaginación. Si la curiosidad es la fuente del conocimiento, la imaginación es el abono con el que ambos se hacen más fértiles. El niño que habita un entorno estimulante y respetuoso con sus «devaneos» fantasiosos siempre irá un paso por delante en su itinerario vital porque su imaginación le hará anticipar, intuir, adivinar lo que en cada momento sólo es utópico e irreal, pero que con el tiempo podrá transformarse en realidad.

Resolución de conflictos en los cuentos infantiles
El niño se mueve en un torbellino de conflictos emocionales en el que la alegría y la tristeza, la euforia y la depresión, la intrepidez y el miedo, el amor y el odio, el activismo y la apatía se suceden vertiginosamente, desconcertando no sólo a los adultos del entorno sino también a él mismo. Muchos de estos conflictos están provocados por la dicotomía psicológica y afectiva entre el bien y el mal.
A veces estos impulsos o pasiones son manifestación de los desarreglos propios de la maduración y el crecimiento. Pero en otras ocasiones exteriorizan, más o menos solapadamente, graves conflictos para el niño, tanto objetivos como subjetivos (no olvidemos que el adulto debe captar no sólo lo que le pasa al pequeño sino también cómo interioriza lo que le sucede, cómo se siente).
La vacuna más eficaz contra estas «enfermedades del corazón» no es otra que el amor, la ternura y la comprensión con la que padres y maestros arropan al niño en esos momentos tan delicados. Pero a veces el adulto se encuentra con un obstáculo: sin duda ama profunda y sinceramente a su hijo, pero no sabe el modo de ayudarle ni las herramientas de que puede servirse para hacerle más llevadera su complicada travesía hacia la madurez.
Los cuentos pueden ser una de esas llaves hacia el sosiego interior y la comprensión de nuestros propios conflictos. Mediante ellos, el adulto, en una primera fase, dará de beber al niño (para más tarde beber con él y, finalmente, beber de su mano) historias en las que comprenderá, sobre todo, que no está solo, que lo que le sucede es normal y que en cada rincón del planeta anidan niños que como él sienten, sufren, ríen y gozan.
Con los cuentos aprenderá también que los sentimientos no son puros e incompatibles: nada ni nadie es inmaculadamente bueno o irremediablemente malo; se puede sentir alegría y lástima a la vez; alguien puede sernos simpático en unos aspectos y rechazable en otros; un libro puede apasionarnos al tiempo que nos causa desazón o miedo en algunos pasajes…
Los cuentos que narremos a nuestros hijos, y los que más tarde leerán por sí mismos, habrán de ofrecerles personajes coherentes y creíbles que les ayuden a ajustar sus esquemas y a aceptar que es normal que todos dudemos y sintamos un abanico multicolor de emociones. Pero al mismo tiempo, le invitarán a ir construyendo una personalidad equilibrada, en la que los errores tendrán cabida,si bien las incoherencias y contradicciones deberán ser una excepción.
Cuando el niño es pequeño los personajes de los relatos, sobre todo en la mayoría de los cuentos de hadas y populares, suelen tener perfiles muy marcados y sus estrategias para enfrentarse a los problemas habrán de ser muy diferentes de unos tipos a otros: el malvado no puede ser tierno, el bueno no puede provocar destrucción…
El niño en un momento dado se identificará con el personaje malvado, con el desobediente, con el que tiene comportamientos políticamente incorrectos… Y padres y maestros aprovecharán la ocasión para demostrarle que, aunque el adulto no apruebe dichas formas de actuar, siempre estará a su lado dispuesto a abrazarle.
Los cuentos ayudarán también al niño a comprender que el camino de la vida es difícil, pero maravillosamente fascinante. Escondidos entre sus palabras, agazapados entre sus páginas, descubrirá un sinfín de recursos para ir venciendo las dificultades: imaginación, creatividad, simbolización, relativización, sublimación, pensamiento crítico, autoestima…
El cuento ayudará al pequeño a perder el miedo a ser débil, temeroso, dubitativo... Al mismo tiempo le animará a pensar por sí mismo, a discrepar del entorno, a tomar decisiones... En una palabra: a entenderse y amarse a sí mismo tal como es y a forjar su futuro.
Pero, ojo, no creamos en los valores «terapéuticos» de la Literatura Infantil. No la concibamos como un antídoto mágico contra nada. No esperemos de ella poderes sanadores sobrenaturales. Los libros no solucionarán ningún problema del niño. Pero le pondrán en el camino de encontrar sus propias respuestas y encontrar sus salidas personales e intransferibles.

Lectura y miedos
Todos los niños pasan a lo largo de su infancia por un periodo más o menos prolongado y tortuoso de temores tanto diurnos como nocturnos: miedo a la oscuridad, a la soledad, al abandono, a la muerte, a perder el amor de los padres, a las tormentas, a diversos animales (lobos, serpientes, arañas...), a la violencia, a las catástrofes naturales, etc. Aunque pudiera parecer lo contrario, esta etapa es absolutamente necesaria para el pequeño porque le ayuda a cimentar correcta y sólidamente su estabilidad emocional.
La condición indispensable para un desarrollo natural y positivo de este periodo es que el adulto ayude al niño a exteriorizar sus miedos. Para ello será muy cuidadoso en su respuesta ante las manifestaciones temerosas del niño. Habrá de ser delicado y amoroso en su lenguaje (evitando expresiones del tipo: «¡pero mira que eres gallina!»), en sus respuestas físicas (aceptando el abrazo con dulzura y calidez) y en su acogimiento emocional (una sonrisa rebosante de ternura es el antídoto más agradable y eficiente para la angustiosa sensación de abandono que provocan los miedos infantiles).
Los cuentos son un recurso fabuloso para que el niño, solo o con la mediación del adulto, pueda ir superando sus miedos. En la Literatura Infantil el pequeño encontrará multitud de personajes que viven sus mismas experiencias y sentimientos de temor. La resolución del conflicto que ofrece el texto aliviará al lector y, como ya hemos dicho, le hará comprender que lo suyo es «normal» y de ese modo no se sentirá solo.
El miedo es necesario para el adecuado desarrollo emocional del niño. Si ante sus temores el niño percibe que los adultos rehúyen el tema, lo censuran, reaccionan despreciativamente o no reconocen sus propios miedos, la angustia del pequeño se incrementará. La literatura para niños está afortunadamente repleta de ogros, brujas, monstruos y otros seres espeluznantes, gracias a los cuales el niño se libera al materializar sus angustias y deshacerse de ellas con la derrota del dragón, la muerte de la bruja o la huida sin regreso del ogro devora-niños.
Es por eso por lo que el niño busca los cuentos que contienen escenas «peligrosas» o incluso llega a sentir cierta simpatía por los personajes malignos (le encanta el lobo porque sabe que –¡pobrecito!– acabará en el pozo con la barriga llena de piedras).
Es importantísima la actitud del adulto que narra estas historias a los niños porque la sensación de angustia de ciertos cuentos no está tanto en el propio texto cuanto en la actitud del narrador y el tono que emplea. El pasaje puede ser aterrador, pero el niño gozará, tanto conceptual como emocionalmente, si se siente acogido amorosamente por el padre que crea una atmósfera cálida para regalarle la magia de la palabra. Ojo, por tanto, con los relatos que contengan escenas de terror excesivamente explícito o con la creación de ambientes que, en lugar de acompañar al niño, le opriman y traumaticen. Y huyamos como de la peste de esas sesiones de cuentacuentos que para impresionar a los niños les aterrorizan provocando su llanto.

Conclusiones
Esperamos que los padres hayan descubierto algunas de las virtudes y utilidades de los cuentos para sus hijos. Ahora sólo tienen que sentirse capaces de acercárselos de un modo atractivo y amoroso para que sean los propios niños quienes, paso a paso, vayan dibujando su itinerario vital de lectura.
A los padres les aconsejamos también que pidan –incluso que exijan– a los maestros que enseñen a sus hijos a leer de modo que puedan descubrir que los libros esconden un universo infinito, un manantial inagotable de alimento para su mente, pero también para su imaginación y su capacidad de soñar.
Kepa Osoro

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